En los últimos años se ha documentado cómo la alimentación en la primera infancia puede modificar la expresión génica y con esto las respuestas al medio ambiente en el futuro1, representando una etapa de alta plasticidad biológica y de modelaje de comportamientos, determinante en el humano para el establecimiento de hábitos y conductas de alimentación que pueden influir en la susceptibilidad para el desarrollo de mala nutrición (causada por exceso y deficiencia) y alteraciones metabólicas2,3.
Durante la alimentación complementaria (AC) se ha identificado que la influencia del tipo de lactancia que recibió la/el niña/o, así como las conductas y hábitos paternos en este periodo, en conjunto con las predisposiciones genéticas, son factores que determinarán los hábitos de alimentación (como patrones de preferencia y consumo de alimentos) y que pueden influir en la regulación del apetito y saciedad, y con ello en la susceptibilidad futura para el desarrollo de obesidad4 y alteraciones metabólicas5.
Se ha documentado que, en la AC, la alimentación perceptiva (AP), definida como las respuestas recíprocas de alimentación que hay entre el infante y la madre o cuidador, tiene que ver con la lectura de las señales de hambre y saciedad del infante, así como los alimentos que la madre ofrece. La AP es vital para la formación de conductas de alimentación adecuadas, así como para el fomento de habilidades de autorregulación y control presentes y futuras sobre la ingestión de alimentos en el ser humano5,6.
Las conductas de alimentación tempranas tienen un rol importante para el establecimiento de preferencias de los alimentos y conductas futuras saludables y de prevención para sobrepeso y obesidad6. Dado que “los infantes no tienen la capacidad de comunicar verbalmente sus necesidades psicológicas, emocionales y alimentarias; es importante que los cuidadores identifiquen cómo y qué comunican los infantes a través de sus diferentes conductas”7. Sin embargo, algunos estudios han identificado que: el controlar y presionar para alimentar, el ignorar las señales o el no involucrarse con el infante por parte del cuidador, así como el control del infante de la situación por una postura indulgente del cuidador, se consideran respuestas no adecuadas para fomentar una alimentación perceptiva, las cuales han demostrado que pueden tener un impacto negativo en la ganancia de peso y en la salud del infante8.
Diversos estudios han evidenciado que los infantes pueden regular apropiadamente su ingesta de acuerdo con sus necesidades9. No obstante, la lectura de las señales de apetito y saciedad están influenciadas por la percepción y las creencias del cuidador sobre la habilidad de niñas/os para regular su alimentación10. Así mismo, las señales cambian conforme avanza la edad del infante, ampliando su repertorio y la posibilidad de comunicar sus necesidades. Al respecto, es importante que la madre o cuidador identifiquen dichas respuestas y respondan adecuadamente a ellas, a fin de promover la formación de conductas de alimentación saludables en la vida futura del infante, así como para el fomento de habilidades de autorregulación y control sobre la ingesta de alimentos en etapas posteriores.
El estilo de alimentación de los padres o cuidador representa la forma en la que se mantiene o modifica la conducta del niño respecto a la alimentación. Algunos estudios han mostrado diferencias en los estilos de alimentación entre las madres que brindaron lactancia materna y las que dieron fórmula11. La alimentación con fórmula permite una mayor manipulación del consumo del niño por parte de los cuidadores, debido a que estos últimos pueden observar la cantidad consumida y animar al niño para que se termine la totalidad del alimento servido12. En contraparte, las madres que brindaron pecho durante el primer año ejercen menos presión sobre el control de la dieta de los niños cuando consumen alimentos sólidos, sugiriendo que las madres que amamantan desarrollan un estilo de alimentación de bajo control13.
Es importante que se identifiquen las señales de apetito y saciedad de niñas/niños pequeños de acuerdo con su edad (6 a 24 meses), como se indica en el Cuadro 1.