El Toxoplasma gondii (T. gondii) es un protozoario intracelular obligado, lo que significa que necesita vivir dentro de las células de un hospedador para poder reproducirse y completar su ciclo vital. Este parásito tiene diversos hospederos intermedios que incluyen una gran variedad de animales vertebrados—desde aves hasta mamíferos—, mientras que su hospedero definitivo, en el que ocurre la reproducción sexual, son los felinos, especialmente los gatos1 (Figura 1).
Figura 1. La estrecha relación entre el gato doméstico (Felis catus) y el Toxoplasma gondii. (Elaboración con IA, Grok).
¿Sabías que aproximadamente una de cada tres personas en el mundo está infectada por este parásito?1. Aunque normalmente esta infección pasa inadvertida y es relativamente inofensiva para la mayoría de las personas con un sistema inmunológico sano. Sin embargo, en pacientes inmunosuprimidos, como aquellos con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) o que padezcan el síndrome de inmunodeficiencia humana (SIDA), puede volverse peligrosa. Así como en personas bajo tratamientos que disminuyen sus defensas (quimio o radioterapias), en donde la infección puede conducir a complicaciones graves, incluidas lesiones en órganos vitales como el cerebro y los ojos2,3.
Además de las consecuencias clásicas de la toxoplasmosis (nombre que recibe la infección por este parásito), recientemente, la ciencia ha comenzado a explorar un aspecto más inquietante: la posible relación entre esta infección silenciosa y el desarrollo de algunos tipos de cáncer. Este artículo tiene como propósito ofrecer una visión integral de la biología del protozoario (mecanismos de transmisión y reproducción) y discutir la evidencia actual con respecto a esta potencial asociación.
¿Qué es Toxoplasma gondii y cómo se transmite?
T. gondii es un parásito microscópico con un ciclo de vida complejo, el cual puede reproducirse de manera asexual en alguno de sus hospederos intermedios o de manera sexual en su hospedero definitivo. Este parásito tiene tres formas principales (Figura 2):
- Taquizoítos: los cuales son móviles y agresivos durante la fase aguda de infección.
- Bradizoítos: los cuales permanecen latentes — por años — en forma de quistes en tejidos como el cerebro y los músculos.
- Ooquistes: son liberados en las heces de gatos, resistentes en el ambiente y capaces de contaminar alimentos o agua.
Figura 2. Ciclo de vida de Toxoplasma gondii. (Elaboración propia).
La infección en humanos ocurre principalmente por cuatro vías: 1) ingestión de carne cruda o mal cocida que contiene quistes tisulares; 2) consumo de agua o alimentos contaminados con ooquistes; 3) transmisión congénita de la madre al feto durante la infección primaria en el embarazo; o 4) transmisión sexual, recientemente sugerida y aun bajo investigación4. Una vez dentro del hospedero, el parásito puede evadir las respuestas inmunitarias mediante múltiples estrategias, incluida la modulación de las señales inflamatorias y la supresión de la apoptosis (muerte celular) en las células infectadas5.
T. gondii y cáncer ¿qué sabemos al respecto?
La relación entre T. gondii y el cáncer ha generado un creciente interés científico debido a su aparente doble papel en los procesos oncológicos. Por un lado, diversos estudios han sugerido que infecciones crónicas como las causadas por T. gondii podrían favorecer procesos oncogénicos; mientras que, por otro lado, un volumen cada vez mayor de evidencia —principalmente derivada de estudios preclínicos— indica que este parásito podría tener propiedades antitumorales.
En cuanto a los posibles efectos oncogénicos, se ha planteado que la infección latente por T. gondii puede inducir un estado de inflamación crónica en el hospedero, caracterizado por niveles elevados de citocinas proinflamatorias como el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) y la interleucina-6 (IL-6)6. Estas moléculas pueden promover la proliferación celular descontrolada y la angiogénesis —el crecimiento de nuevos vasos sanguíneos—, procesos fundamentales en el desarrollo y progresión tumoral6. Asimismo, se ha observado que T. gondii ha mostrado capacidad de inhibir la apoptosis en células infectadas mediante la activación de vías de señalización como PI3K/AKT y STAT3, favoreciendo así la supervivencia de células dañadas o potencialmente transformadas7. Además, algunas cepas del parásito han mostrado la capacidad de inducir daño directo al material genético (ADN) del hospedero, interfiriendo con los mecanismos de reparación y contribuyendo a la inestabilidad genómica8.

En contraste, múltiples estudios experimentales han revelado un posible efecto antineoplásico de T. gondii. Por ejemplo, se han documentado que cepas atenuadas o modificadas del parásito pueden inhibir la angiogénesis tumoral y estimular respuestas inmunes citotóxicas dirigidas contra células malignas9,10. Algunos autores han demostrado que una cepa no replicativa de T. gondii fue capaz de activar tanto a las células dendríticas como a las células T CD8+, promoviendo una respuesta inmune antitumoral eficaz en modelos murinos11. De manera similar, otras investigaciones han encontrado que antígenos derivados de este parásito podían ser utilizados para entrenar al sistema inmune para atacar células tumorales, abriendo posibilidades para el desarrollo de inmunoterapias basadas en este microorganismo 12,13.
Esta dualidad de efectos ha generado un debate activo en la comunidad científica: ¿T. gondii representa un riesgo biológico relacionado con el cáncer, o podría, por el contrario, convertirse en una herramienta biotecnológica prometedora para el tratamiento oncológico?

Conclusión
La infección por T. gondii no solo representa un desafío actual en salud pública debido a su amplia distribución y persistencia, sino que también ha emergido como un actor inesperado en la investigación oncológica. La evidencia científica actual ofrece un panorama complejo, y aun en construcción, donde se plantean preguntas relevantes sobre su posible papel en la oncogénesis. Mientras que algunos estudios sugieren que este parásito puede favorecer procesos moleculares asociados al desarrollo del cáncer, otros plantean la posibilidad de aprovechar sus propiedades inmunomoduladoras y antitumorales como herramienta terapéutica. Comprender esta dualidad no solo abrirá nuevas preguntas en la intersección entre microbiología y oncología, sino que también podría revolucionar nuestra forma de abordar la prevención y el tratamiento del cáncer en el futuro.