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Depresión e interseccionalidad: cuando la depresión se junta con otras desventajas sociales para las mujeres

La carga de enfermedades mentales en el mundo ha ido en aumento cada año. Particularmente la depresión es la primera causa de discapacidad1 y su prevalencia en la región de las Américas oscila entre 5 y 6%. En México, datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 20222 reportan que el 38.3% de los adultos mayores de 60 años presenta sintomatología depresiva, lo cual es mayor al compararse con los adultos más jóvenes (20 a 59 años). Asimismo, la prevalencia en áreas rurales es mayor que en las urbanas (46.8% vs. 36.0%), y al compararla según nivel de bienestar, quienes se encuentran en un índice de bienestar bajo presentan una mayor prevalencia de sintomatología depresiva, siendo de 48.3%, mientras que en las categorías de medio y bajo, las prevalencias son de 36.1% y 31.7%, respectivamente.2 Del mismo modo, al comparar por sexo las mujeres presentan mayor proporción de síntomas depresivos (45.5%) en comparación con los hombres (29.3%).2
Además de la depresión, la demencia3 y la discapacidad4 son padecimientos que se presentan con mayor frecuencia en las mujeres, y dichas diferencias varían, además, del nivel educativo, el tipo de empleo y los ingresos.5 Por ello, se ha señalado la importancia de realizar análisis separados entre hombres y mujeres debido a las mayores disparidades que existen entre ellos, sobre todo en personas mayores.6

La presencia de síntomas depresivos tiene efectos negativos en la calidad de vida de las personas, y puede entenderse como una respuesta a factores de riesgo muy complejos que afectan de manera diferente entre las mujeres y hombres.3 Por lo tanto, el estudio de los factores asociados a los síntomas depresivos requiere un modelo conceptual que tenga en cuenta la complejidad de las diferencias basadas en el género. Una categoría analítica prometedora para este fin es la noción de interseccionalidad. Esta categoría se enfoca en el modo en que ciertos atributos o características socio demográficas, tales como el género, la etnia, o el nivel socioeconómico, establecen relaciones de poder y generan sistemas de dominación en donde las personas más desfavorecidas suelen ser afectadas simultáneamente por discriminación basada en género, etnia y clase social.7-10 A su vez, el enfoque de la intersectorialidad nos invita a indagar críticamente sobre los contextos que normalizan las desigualdades sociales, que a su vez producen desigualdades en salud.11 Uno de estos contextos son las condiciones de trabajo y empleo.
El tipo de trabajo y la situación laboral están relacionados con la interseccionalidad en la medida en que la clase social y los entornos de dominación y discriminación interactúan para situar a los grupos de población desfavorecidos en posiciones más bajas del mercado laboral.8 Uno de los ejemplos más notables es el

empleo precario, que es principalmente de tipo informal, con riesgos físicos, toxicológicos y psicosociales y que rara vez ofrece algún tipo de protección al trabajador.12,13 Además, el empleo precario se asocia a efectos adversos sobre la mala salud mental, especialmente entre los grupos de población vulnerables.14 Por ejemplo, las mujeres, que suelen ocupar empleos a tiempo parcial, usualmente son peor pagadas, y suelen estar más expuestas a factores de riesgo de salud en el trabajo.15
Cruz y colaboradores16, quisieron evaluar si, desde la perspectiva de la interseccionalidad, existe una diferencia entre hombres y mujeres en la asociación entre los síntomas depresivos y tres contextos de desigualdad social (ocupación, pobreza y educación), así como con otras características socio demográficas y de salud. Para este fin se basaron en el Estudio Nacional de Salud y Envejecimiento en México (ENASEM)17, el cual contiene una muestra representativa a nivel nacional y de zonas ur-

bano/rural con datos longitudinales de adultos de 50 años y más. La información analizada corresponde con las rondas de 2001 y 2012.
Los resultados indicaron que, en comparación con los hombres, las mujeres presentan un peor estado de salud mental y de desigualdades sociales. En ambas rondas, las mujeres declararon niveles más altos de síntomas depresivos, un nivel educativo más bajo, más empleo informal, y presentan más de dos comorbilidades físicas con mayor frecuencia (Figura 1).
En las Figuras 2 y 3 se ilustra, a modo de ejemplo de la interseccionalidad, como los síntomas depresivos varían conforme las adversidades sociales concurren. Los adultos mayores que mostraban la intersección de los tres contextos de desigualdad social tenían la proporción más alta de depresión. Cuando se trata de las mujeres, se evidencia que tenían una mayor proporción de síntomas depresivos (68.9%), en comparación de los varones con las mismas desventajas sociales (46.0%).

Estos resultados indican la persistencia de desigualdades sociales que entorpecen el bienestar de las mujeres y que se asocian con una salud física y mental adversa. Los resultados podrían aportar información para que políticas públicas futuras consideren estas desventajas estructurales que sufren las mujeres a lo largo de su vida y que las hacen aún más vulnerables a problemas de salud mental en edades avanzadas. En ese sentido, se requieren intervenciones con perspectivas de género y de curso de vida que incidan en el bienestar de las mujeres en situación de mayor desventaja social.


Referencias

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