Los relatos de un médico sobre las condiciones físicas de los migrantes.
Entran al consultorio esperando aliviar un poco su dolor, aunque ese dolor que no siempre es físico. Veo su sufrimiento, piden una pastilla porque les duele la cabeza, pero en realidad solo buscan dos minutos de paz, pienso entonces ¿cómo no les va a doler? quizá ya es lo único que sienten, han padecido tanto en el camino que han preferido suprimir el dolor para sobrevivir.
¿Cómo no les va a doler la cabeza?, si llevan más de una semana caminando día y noche. Si lo único que han comido en tres días es una tortilla con huevo dividida entre tres. Si apenas han podido tomar agua de algún charco, algún río o, en el mejor de los casos, porque alguien les regaló o tuvieron la fortuna de no ser asaltados y pudieron comprarla. ¿Cómo no les va a doler la cabeza?, si apenas han dormido en días o semanas porque no tienen un lugar seguro para pasar la noche, así que medio cierran los ojos, pero sin dejar de estar alerta, a la orilla de la carretera, en medio de la selva o alrededor de campos de cultivo; siempre con los zapatos puestos, siempre preparados para huir, saben que hoy puede ser migración… mañana el crimen organizado.
En el trayecto han sido despojados de las pocas pertenencias con las que cargaban, del poco dinero que les quedaba. Se han cuestionado una y otra vez si fue una buena decisión
viajar con sus hijos, exponiéndolos a tales peligros o haberlos dejado en sus países hubiera sido lo correcto. Pero al salir, no hubo tiempo de pensar, todo fue tan rápido, tuvieron que huir repentinamente del sitio que llamaban hogar porque estaban siendo perseguidos, porque quedarse representaba morir y al parecer, irse no ha hecho mucho la diferencia… Me pongo en sus cuerpos y pienso ¿cómo no les va a doler la cabeza?
Sueltan un llanto intenso, plagado de emoción, pero se vuelven a contener antes de salir. Nadie les puede ver sufriendo, deben ser fuertes, nadie les puede ver como la persona débil del grupo o les dejarían, y si eso pasa será aún más complicado llegar.
“Por cierto…”, antes de salir voltean a verte y te
preguntan, “¿tendrá una de esas pastillas para no embarazarse?”, porque en su camino fueron violentadas sexualmente. Hay quienes se sorprenden cuando la ofreces, porque en sus países ni a eso tienen derecho. “Por cierto… ¿Tendrá una crema para estas ampollas que traigo?”, y te muestran esos pies destrozados, que de solo verlos te duele a ti.
Les pido que se recuesten en la camilla, en ese consultorio que tiene lo mínimo necesario, les limpio los pies, los curo en la medida de lo posible. Quiero pensar que el tiempo de la consulta, con los cuidados y el oído que les
presto, les devuelvo un poco de la humanidad que les han arrebatado. En medio de la charla me cruzo con el rostro de la depresión, la ansiedad, el trastorno de estrés post traumático. Hay ocasiones en las que se permiten tomarse una hora y pasar a Salud Mental, pero no siempre les es posible.
De pronto escuchamos el tren y salen corriendo…“¡se me va!”… No puedes hacer más, impactante es una palabra que queda corta para tal escena. El corazón se estruja; hombres y mujeres corriendo a un lado de ese gigante, a la vez temible, a la vez cargado de esperanza, subiendo como les es posible, pasando a las niñas y niños entre manos, ellos no pueden hacerlo solos. Es impresionante los cientos de personas que suben a esa máquina de acero, que se ha cobrado la vida de más de uno, no en vano se ganó el sobrenombre de “la bestia”…
Esto es solo un fragmento de lo que pude ver y escuchar el año pasado, el tiempo que colaboré con Médicos Sin Fronteras, brindando atención médica a población migrante en movimiento a orillas de las vías del tren en Coatzacoalcos, Veracruz. Es solo uno de los tantos rostros de la migración en nuestro país y en el mundo.
De acuerdo con el informe sobre las migraciones en el mundo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), a junio de 2019 se estimaba que el número de migrantes internacionales era de casi 272 millones (3.5% de la población mundial), 51 millones más que en 2010.1
En México, en el año 2020 un total de 40 mil 925 personas solicitaron refugio, mientras que en 2021 las solicitudes se elevaron a 129 mil 907, es decir, hubo un aumento de más del 300% en el lapso de un año2. Honduras y Haití son los principales países de origen de los solicitantes, mientras que Chiapas es la entidad federativa con mayor número de solicitudes, lo
anterior reportado por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) en su informe más reciente publicado en agosto de 2022.2
Dicho informe refleja el contexto migratorio de México, el cual, por su condición geográfica, no es considerado como destino final, sino, como el país de paso para alcanzar su meta. Sin embargo, debido a las políticas establecidas por el país del norte en los últimos años y las repercusiones que ha tenido en las mismas la pandemia por COVID-19, estas circunstancias se han modificado.
Cada una de las personas que deciden moverse de su lugar de origen tiene una historia de vida y razones particulares por las cuales hacerlo. Hay quienes se desplazan por elección propia, en busca de mejores oportunidades de estudio, laborales o económicas. Están quienes de manera forzada por desastres naturales, o para escapar de conflictos armados, persecuciones, terrorismo, violaciones o abusos de los derechos humanos, tienen que migrar. Ninguno de nosotros estamos exentos de ello.
La movilidad humana continuará, como ha ocurrido desde siempre. Sin embargo, debemos recordar que hablar de migración es hablar de personas, de mujeres, hombres, niñas y niños. Es hablar de historias de vida y no solo de un fenómeno social. Todas y todos deberíamos poder migrar sin ser perseguidos, criminalizados o estigmatizados. De una forma digna, segura, inclusiva y con todos nuestros derechos.
Astrid Vázquez Martínez
Estudiante de la Maestría en Salud Pública
con área de concentración en Enfermedades Infecciosas